Iniciamos el recorrido
por el Retiro, el cual desde el siglo XX es un espacio utilizado como uno de
los pulmones de la ciudad de Madrid.
Desde la puerta de
Madrid, diseñada por José Urioste, entramos al paseo del duque de Fernán Núñez,
conocido como paseo de los coches, desde el cual se puede acceder, pasada la
puerta de Herrero Palacios, a los Jardines de Cecilio Rodríguez (1865-1953).
El jardinero mayor del ayuntamiento, Cecilio Rodríguez, dispuso que durante
cuarenta años se pagara una pequeña cantidad por entrar a la casa de las fieras
y jardines, y pudo de esta manera, enlosar el camino central, instalar arbustos
y adecuar las jaulas. Destacan la alineación de cedros, de plátanos y de pinos
piñoneros y algunos ejemplares de olivos, abetos y cipreses. Es un jardín en el
que podemos observar un monumento dedicado al diseñador del espacio, un
estanque con sus fuentes (con una bellota en la cúspide), unas pérgolas, una
estatua de Venus, la fuente de las Gaviotas, alrededor de la cual hay ocho
columnas de granito.
Si continuamos la
visita por el paseo del duque Fernán Núñez, llegamos a la Rosaleda,
donde desde 1883 hasta los años treinta de este siglo, estuvo la estufa
invernadero que regaló el marqués de Salamanca para la aclimatación de plantas
exóticas. En el año 1914 el ayuntamiento de la ciudad dispuso crear en este
lugar una rosaleda, realizada también por Cecilio Rodríguez. Las rosas que aquí
se han cultivado, junto a las del parque del Oeste, han sido siempre las más
bellas de la capital.
En el lado opuesto del
parque, entrando al mismo desde la calle Alfonso XII, por la barroca puerta de
Felipe IV (Melchor de Bueras), accedemos a otro maravilloso jardín, conocido desde
el siglo XVIII como El Parterre. Antiguamente dicho jardín se conocía
como El Ochavado, un jardín de gusto italiano, que era una huerta con ocho
calles de arena que partían desde un centro común en forma de estrella,
adornado con arbustos de flor entre cuadros de boj, estatuas en las avenidas y castaños
de indias y otros tipos de árboles que lo hacían vistoso, en las calles. En la
primera mitad del siglo XVIII, Felipe V encargó al arquitecto Robert de Cotte
la reforma del parque al estilo francés. Posteriormente, en el siglo XIX fue
reformado por Francisco Viet (jardinero mayor de los jardines del Campo del
Moro) quien tuvo la idea de hacer el mirador y el muro de ladrillo. Tras la
Guerra Civil, Herrero Palacios plantó setos bajos de boj con césped dentro, laureles,
sabinas, y aligustres. Podemos apreciar
un “árbol viejo de agua” o ahuehuete, un ejemplar de “ciprés mexicano”, cerca
del cual hay un pequeño estanque con una fuente, llamada “de la alcachofa” (que
tiene su gemelo enfrente). Ambos estanque son rodeados por aligustres
recortados a modo de setas. A su vez, los “parterres”, que rodean los
estanques, están rodeados por laureles. En
el centro de estos “parterres” hay un jarrón con decoración en relieve. También se aprecian
cedros, castaños de indias, magnolios, olmos podados, cipreses y algún monumento
como los dedicados a Jacinto Benavente, a su padre, al Doctor Ángel Pulido Fernández;
y alguna fuente como la antigua fuente de los Delfines, la nueva, y la fuente
de los Tritones (dentro de una gran concha de caliza).
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